Discurso sobre el socialismo democrático pronunciado por Bernie Sanders el 12 de junio de 2019

Julio Huato
17 min readJun 14, 2019

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[Lifted from Vermont Public Radio (vpr.org).]

Esta es mi traducción al español del discurso sobre el socialismo democrático pronunciado por Bernie Sanders, precandidato a la presidencia de los Estados Unidos de América, el miércoles 12 de junio de 2019 en George Washington University. Mi versión se basa en la transcripción del discurso por Vox.

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Amigos:

Estamos en un momento decisivo y crucial para nuestro país y nuestro planeta. Y, con todas las crisis que se ciernen sobre nosotros simultáneamente, es fácil sentirnos abrumados o deprimidos, o incluso cruzarnos de brazos con resignación.

Pero mi mensaje hoy es que, si ha habido alguna vez en la historia de nuestro país un momento en que debemos evitar el desánimo, este es precisamente ese momento.

Si hubo alguna vez un momento en que había que analizar con cuidado las fuerzas políticas y sociales en conflicto que definen este período histórico, este es ese momento.

Si hubo alguna vez un momento en que teníamos que alzarnos y luchar contra las fuerzas de la oligarquía y el autoritarismo, este es ese momento.

Y, si hubo alguna vez un momento en que necesitábamos una nueva visión para unir a nuestra gente en la lucha por la justicia, la decencia y la dignidad humana, este es ese momento.

Este 2019, Estados Unidos y el resto del mundo enfrentan dos caminos políticos muy divergentes. Por un lado, hay un movimiento creciente hacia la oligarquía y el autoritarismo en el que un puñado de multimillonarios increíblemente ricos y poderosos poseen y controlan una parte significativa de la economía y ejercen una influencia enorme sobre la vida política de nuestro país.

Por otro lado, en oposición a la oligarquía, hay un movimiento de gente trabajadora y de jóvenes que, en un número cada vez mayor, luchan por la justicia.

Son los maestros que salen a las calles para asegurarse de que sus escuelas reciban financiamiento adecuado y que sus estudiantes tengan una educación de calidad.

Son trabajadores de Disney, Amazon, Walmart y la industria de comida rápida que luchan por un salario digno de al menos $15 por hora así como el derecho a sindicalizarse.

Son jóvenes que encaran a la industria de los combustibles fósiles y exigen políticas que transformen nuestro sistema energético y protejan a nuestro planeta de los estragos del cambio climático.

Son mujeres que se niegan a ceder el control sobre sus cuerpos a los políticos locales, estatales y federales.

Son personas de color y sus aliados que exigen el fin del racismo sistémico y de las gigantescas desigualdades raciales que existen en nuestra sociedad.

Son inmigrantes y sus aliados que luchan para acabar con la demonización de las personas indocumentadas y por una reforma migratoria integral.

Cuando hablamos de oligarquía, seamos claros sobre lo que queremos decir. En este momento, en los Estados Unidos de América, tres familias controlan más riqueza que la mitad más pobre de nuestra población, unos 160 millones de estadounidenses. El 1% más rico posee más riqueza que el 92% más pobre y el 49% de los ingresos nuevos generados hoy día acaban en manos del 1% más rico. De hecho, la desigualdad de ingresos y riqueza en los Estados Unidos hoy es mayor que en cualquier otro momento desde la década de 1920.

Y cuando hablamos de oligarquía, no es solo que los muy ricos se están volviendo mucho más ricos. Es que decenas de millones de personas de la clase trabajadora, en el país más rico del mundo, están sufriendo increíbles dificultades económicas, tratando desesperadamente de sobrevivir.

Hoy, casi 40 millones de estadounidenses viven en la pobreza y esta noche, 500,000 personas estarán durmiendo en las calles. Alrededor de la mitad del país vive de quincena en quincena, ya que decenas de millones de personas están a un accidente, un divorcio, una enfermedad o un despido de distancia de la ruina.

Y aunque muchas escuelas públicas en todo el país carecen de los recursos para educar adecuadamente a nuestros jóvenes, somos la nación con más personas encarceladas del mundo.

Después de décadas de políticas que han alentado y subsidiado la codicia corporativa desenfrenada, ahora tenemos una economía rota en lo fundamental y grotescamente injusta.

Aunque cifras macroeconómicas tales como el producto interno bruto (PIB), los índices bursátiles y la tasa de desempleo parecen fuertes, millones de personas de clase media y trabajadoras batallan por mantenerse a flote, mientras que la clase multimillonaria consume la mayor parte de la riqueza que estamos creando colectivamente como nación.

En medio del llamado auge económico, el salario real del trabajador promedio apenas han aumentado. Y a pesar de una explosión en tecnología y productividad laboral, el salario real promedio del trabajador estadounidense no es más alto que hace 46 años y millones de personas se ven obligadas a trabajar en dos o tres empleos solo para sobrevivir.

Y aquí hay algo bastante increíble que dice todo lo que se necesita saber sobre los efectos de un capitalismo sin frenos. Todos queremos vivir vidas largas, felices y productivas pero … ¡hoy día, en Estados Unidos, los muy ricos viven en promedio 15 años más que los estadounidenses más pobres!

En 2014, en el condado de McDowell, West Virginia, uno de los condados más pobres de la nación, la esperanza de vida para los hombres era de 64 años. En el condado de Fairfax, Virginia, un condado rico, a solo 350 millas de distancia, la esperanza de vida para los hombres era de casi 82 ​​años: ¡una diferencia de 18 años! La brecha de esperanza de vida para las mujeres en los dos condados era de 12 años.

En otras palabras, el tema del capitalismo desenfrenado no es solo un debate académico. La pobreza, la angustia económica y la desesperación amenazan la vida de millones de trabajadores en todo el país.

Mientras los ricos se hacen más ricos, viven vidas más largas. Mientras que las familias pobres y trabajadoras luchan para sostenerse económicamente y con frecuencia carecen de atención médica adecuada, su esperanza de vida está disminuyendo por primera vez en la historia moderna de Estados Unidos.

En general, el sueño americano de la movilidad social ascendente está en peligro. De hecho, si no cambiamos las cosas, nuestra generación más joven tendrá, por primera vez en nuestra memoria histórica, un nivel de vida inferior al de sus padres. Esto no es aceptable.

A nivel mundial, la situación es aún más grave, ya que la mayor parte de la riqueza del mundo se concentra en muy pocas personas, mientras que miles de millones casi no tienen nada. Hoy día, los 26 multimillonarios más ricos del mundo poseen tanta riqueza como los 3,800 millones de personas más pobres del planeta: ¡la mitad de la población mundial!

Pero la lucha que enfrentamos hoy no es solo económica.

En todo el mundo, el movimiento hacia la oligarquía va paralelo al crecimiento de regímenes autoritarios, como el de Putin en Rusia, el de Xi en China, el de Mohamed Bin Salman en Arabia Saudita, el de Rodrigo Duterte en Filipinas, el de Jair Bolsonaro en Brasil y el de Viktor Orbán en Hungria, entre otros.

Estos líderes combinan una economía corporatista con la xenofobia y el autoritarismo. Redirigen la ira popular sobre la desigualdad y el deterioro de las condiciones económicas para convertirla en una violenta ira contra las minorías inmigrantes, minorías raciales, minorías religiosas o la comunidad LGBT. Y para reprimir la disidencia, están tomando medidas brutales contra la democracia y los derechos humanos.

En los Estados Unidos, por supuesto, tenemos nuestra propia versión de este movimiento, que está siendo encabezado por el presidente Trump y muchos de sus aliados republicanos que intentan dividir a nuestro país y atacar a estas mismas comunidades. Qué triste es que el presidente Trump vea a estos líderes autoritarios como a amigos y aliados.

Este libreto autoritario no es nuevo. El desafío al que nos enfrentamos hoy como nación y como mundo no es, en muchos aspectos, diferente del que enfrentamos hace poco menos de un siglo, durante y después de la Gran Depresión en los años treinta. Entonces, como ahora, las disparidades económicas y sociales profundamente arraigadas y aparentemente intratables llevaron al ascenso de las fuerzas nacionalistas de derecha en todo el mundo.

En Europa, la ira y la desesperación fueron finalmente aprovechadas por demagogos autoritarios que fusionaron el corporativismo, el nacionalismo, el racismo y la xenofobia en un movimiento político que acumuló un poder totalitario, destruyó la democracia y finalmente asesinó a millones de personas, incluidos miembros de mi propia familia.

Pero debemos recordar que esos no fueron los únicos lugares donde las fuerzas oscuras intentaron alzar la cabeza.

Hoy, todos nos sentimos justamente ofendidos ante las imágenes de neonazis y klansmen que marchan descaradamente en Charlottesville, Virginia, y nos horrorizan los tiroteos a centros religiosos perpetrados por terroristas de derecha. Pero, recordemos que el 20 de febrero de 1939, más de 20,000 nazis realizaron una manifestación masiva, no en Berlín, no en Roma, sino en el Madison Square Garden, ante una pancarta de George Washington de 30 pies de altura, bordeada de suásticas. Esto fue en la Ciudad de Nueva York.

Pero en aquel entonces, esos extremistas estadounidenses no podían replicar el éxito de sus aliados autoritarios en el otro lado del océano porque, afortunadamente, en los Estados Unidos elegimos un camino diferente del que siguió parte de Europa en respuesta a las crisis sociales y económicas de la era.

Rechazamos la ideología de Mussolini y Hitler; y en lugar de ello, aceptamos el liderazgo audaz y visionario del presidente Franklin Delano Roosevelt, el líder del ala progresista del Partido Demócrata.

Junto con los trabajadores organizados, los líderes de la comunidad afroamericana y los progresistas dentro y fuera del Partido Demócrata, Roosevelt lideró una transformación del gobierno y la economía estadounidenses.

Como hoy, a la ruta transformadora se opusieron las grandes empresas, Wall Street, el establecimiento político, el Partido Republicano y el ala conservadora del propio Partido Demócrata de FDR. Y el presidente se enfrentó a las mismas tácticas de intimidación que hoy se ensayan: acusaciones de comunismo, xenofobia, racismo y antisemitismo.

En un famoso discurso de campaña de 1936, Roosevelt declaró: “Tuvimos que luchar con los viejos enemigos de la paz: los monopolios industriales y financieros, la especulación, la banca irresponsable, los antagonismos de clase, el divisionismo, la corrupción en la industria militar.

“Habían comenzado a considerar al gobierno de los Estados Unidos como un mero comité a su servicio. Ahora sabemos que el gobierno del capital organizado es tan peligroso como el gobierno del crimen organizado.

“Nunca antes en toda nuestra historia, estas fuerzas han estado tan unidas contra un candidato como lo están hoy. Son unánimes en su odio hacia mí, y acepto con satisfacción su odio”.

A pesar de esa oposición, al unir al pueblo estadounidense, FDR y su coalición progresista crearon el New Deal, ganaron cuatro períodos presidenciales y crearon una economía que funcionó para todos y no solo para la minoría rica.

Hoy en día, las iniciativas del New Deal, tales como la Seguridad Social, la compensación por desempleo, el derecho a la sindicalización, el salario mínimo, la protección para los agricultores, la regulación de Wall Street y las obras masivas de infraestructura se consideran pilares de la sociedad estadounidense.

Pero, mientras el presidente Roosevelt defendía a las familias trabajadoras de nuestro país, no debemos olvidar nunca que fue atacado y vilipendiado por los oligarcas de su tiempo, que etiquetaron estos programas extremadamente populares como “socialismo”.

De manera similar, en la década de 1960, cuando Lyndon Johnson creó Medicare, Medicaid y otros programas extremadamente populares, también fue atacado brutalmente por la clase dominante de este país.

Y esta es la cuestión: No es exagerado afirmar que no solo los programas de FDR mejoraron las vidas de millones de estadounidenses, sino que el New Deal fue políticamente muy popular y ayudó a derrotar el extremismo de extrema derecha.

Por un tiempo.

Hoy, Estados Unidos y el mundo se están acercando una vez más al autoritarismo, y las mismas fuerzas derechistas de oligarquía, corporativismo, nacionalismo, racismo y xenofobia están en marcha, empujándonos a tomar una decisión apocalíptica equivocada como la que se tomó en Europa en el siglo pasado.

Hoy, vemos a un puñado de multimillonarios con una riqueza y un poder sin precedentes.

Vemos monopolios privados enormes que operan fuera de cualquier supervisión democrática real y con frecuencia subsidiados por los contribuyentes, con poder para controlar casi todos los aspectos de nuestras vidas.

Son las lucrativas empresas que controlan el acceso a la atención médica, a nuestra tecnología, a nuestro sistema financiero, a nuestro suministro alimentario y a casi todos los productos básicos indispensables para la vida. Son Wall Street, las compañías de seguros, las compañías farmacéuticas, la industria de los combustibles fósiles, el complejo militar-industrial, el complejo carcelario-industrial y el oligopolio agroindustrial.

Son entidades con carteras ilimitadas que rodean al capitolio en Washington con miles de cabilderos bien pagados, quienes en gran medida redactan las leyes bajo las cuales vivimos.

Hoy, tenemos un demagogo en la Casa Blanca que, para obtener ganancias políticas baratas, intenta distraer la atención del pueblo estadounidense de las crisis reales a las que nos enfrentamos y, en cambio, está haciendo lo que siempre hacen los demagogos: sembrar la división entre la gente y legislar el odio. Este es un presidente que apoya las crueles separaciones familiares, los muros fronterizos, las prohibiciones a la entrada de musulmanes, las políticas contra la comunidad LGBT, las deportaciones y la supresión del voto.

Creo firmemente que los Estados Unidos deben rechazar ese camino de odio y división, y en su lugar asumir la convicción moral de tomar un camino diferente, un camino mejor, un camino de compasión, justicia y amor.

Es el camino que yo llamo socialismo democrático.

Hace más de ochenta años, Franklin Delano Roosevelt ayudó a crear un gobierno que impulsó el progreso en asegurar necesidades básicas de las familias trabajadoras. Hoy, en la segunda década del siglo XXI, debemos asumir el asunto pendiente del New Deal y llevarlo a su término.

Este es el asunto pendiente del Partido Demócrata y la visión que debemos realizar.

Para lograr ese objetivo, debemos comprometernos a proteger los derechos políticos, proteger los derechos civiles y proteger los derechos económicos de todas las personas en este país.

Como lo dijo FDR en su informe anual de 1944 sobre el Estado de la Unión: “Hemos llegado a una comprensión clara del hecho de que la verdadera libertad individual no puede existir sin seguridad económica e independencia”.

Hoy, nuestra Declaración de Derechos garantiza al pueblo estadounidense una serie de importantes derechos políticos protegidos por la Constitución. Y aunque entendemos que estos derechos no siempre se han respetado y tenemos mucho más trabajo por hacer, nos enorgullece que nuestra constitución garantice la libertad de religión, la libertad de expresión, la libertad de reunión, la libertad de prensa y otros derechos porque entendemos que nunca podremos tener verdadera libertad en los Estados Unidos si no somos libres de tiranía autoritaria.

Hoy debemos dar el siguiente paso y garantizar a todos los hombres, mujeres y niños en nuestro país derechos económicos básicos: el derecho a una atención médica de calidad, el derecho a la educación necesaria para tener éxito en nuestra sociedad, el derecho a un buen trabajo que pague un salario digno, el derecho a una vivienda digna y asequible, el derecho a una jubilación segura y el derecho a vivir en un medio ambiente limpio.

Debemos reconocer que en el siglo XXI, en el país más rico de la historia del mundo, ¡los derechos económicos son derechos humanos!

Eso es lo que quiero yo decir con el término socialismo democrático.

Como dijo el Dr. Martin Luther King Jr., “Llámelo democracia o llámelo socialismo democrático, pero debe haber una mejor distribución de la riqueza dentro de este país para todos los hijos de Dios”.

Para realizar esta visión, no debemos ver a los Estados Unidos sólo como una población de individuos desconectados, también debemos vernos a nosotros mismos como parte de “una red ineludible de mutualidad, tejida en una sola prenda de destino”, como lo expresó el Dr. King. En otras palabras, estamos juntos en esto.

Debemos vernos a nosotros mismos como parte de una nación, una comunidad y una sociedad, independientemente de la raza, el género, la religión, la orientación sexual o el país de origen.

Esta idea esencialmente estadounidense está literalmente grabada en nuestras monedas: E Pluribus Unum. De los muchos, uno.

Y, debo decirles, está consagrada también en nuestro lema de campaña para la presidencia: ¡No yo, sino nosotros!

Permítanme ser claro. Entiendo que yo y otros progresistas vamos a enfrentar grandes ataques de aquellos que quieren usar la palabra “socialismo” como un insulto. Pero también debo decirles que he enfrentado y superado estos ataques durante décadas, y no soy el único.

Recordemos que, en 1932, el presidente republicano, Herbert Hoover, afirmó que el New Deal de Franklin Roosevelt era “un disfraz para el estado totalitario”.

En 1936, el ex gobernador demócrata de Nueva York y candidato presidencial Al Smith dijo en un discurso sobre las políticas del New Deal de FDR: “Tome las plataformas del Partido Demócrata y del Partido Socialista y póngalas en la mesa lado a lado.”

Cuando el presidente Harry Truman propuso un programa nacional de atención médica, la Asociación Médica de los Estados Unidos (AMA) contrató a Ronald Reagan como su vocero.

La AMA llamó a la legislación que surgió de su propuesta “medicina socializada” y afirmó que el personal de la Casa Blanca estaba formado por “seguidores de la línea del partido de Moscú”.

En 1960, Ronald Reagan, en una carta a Richard Nixon, escribió lo siguiente sobre John F. Kennedy: “Bajo su corte de pelo infantil, despeinado, se halla el viejo Carlos Marx”.

En la década de 1990, el congresista Newt Gingrich afirmó que el plan de atención médica del presidente Bill Clinton era “socialismo burocrático centralizado”.

El instituto de pensamiento conservador, la Heritage Foundation, ha afirmado que el programa de seguro médico para niños conocido como CHIP (por sus siglas en inglés) era “un paso hacia el socialismo”.

El ex presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner, afirmó que el paquete de estímulo, el proyecto de ley de gastos general y el presupuesto propuesto por el presidente Barack Obama eran “todos un gran pago adelantado en un nuevo experimento socialista estadounidense”.

En este mismo sentido, el presidente Harry Truman tenía razón cuando dijo que: “El socialismo es el epíteto que han arrojado a cada avance que el pueblo ha conseguido en los últimos veinte años … Socialismo, llamaron a la Seguridad Social. Socialismo, llamaron a los apoyos a los precios agrícolas. Socialismo, llamaron al seguro de depósito bancario. Socialismo, llamaron al crecimiento de organizaciones laborales libres e independientes. Socialismo es el rótulo que le cuelgan a casi cualquier cosa que ayude a todas las personas”.

Seamos claros: Mientras el presidente Trump y sus colegas oligarcas nos atacan por nuestro apoyo al socialismo democrático, en realidad no se oponen a todas las formas de socialismo.

Pueden odiar al socialismo democrático porque beneficia a los trabajadores, pero les encanta el socialismo corporativo que enriquece a Trump y a otros multimillonarios.

Nunca olvidemos la increíble hipocresía de Wall Street, los sumos sacerdotes del capitalismo sin frenos.

En 2008, después de que su codicia, temeridad y comportamiento ilegal suscitaron el peor desastre financiero desde la Gran Depresión, cuando millones de estadounidenses perdieron sus empleos, sus hogares y sus ahorros de toda la vida, la adhesión religiosa de Wall Street al capitalismo sin frenos llegó a su fin.

De la noche a la mañana, Wall Street se convirtió en socialista y vino a pedir al gobierno el mayor rescate federal en la historia de Estados Unidos: unos $700 mil millones del Tesoro y billones de dólares en apoyo de la Reserva Federal.

Pero Wall Street no sólo ama al socialismo, cuando funciona para ellos. Esta es la norma en todo el mundo corporativo. La verdad es que las empresas estadounidenses reciben cientos de miles de millones de dólares en apoyo federal cada año, mientras que sus dueños y ejecutivos intentan recortar programas que benefician a los estadounidenses comunes.

Si es una empresa de combustibles fósiles, cuyas emisiones de carbono están destruyendo el planeta, usted obtiene miles de millones en subsidios gubernamentales, incluidas concesiones tributarios especiales, alivio de regalías, financiamiento para investigación y desarrollo y numerosas agujeros fiscales.

Si es una compañía farmacéutica, usted obtiene grandes ganancias con sus derechos de patente con medicamentos que se desarrollaron gracias a la investigación financiada por los contribuyentes.

Si es un monopolio como Amazon, propiedad de la persona más rica de los Estados Unidos, usted obtiene cientos de millones de dólares en incentivos económicos de los contribuyentes para construir almacenes, y terminas no pagando ni un centavo en impuestos federales sobre la renta.

Si es la familia Walton, la familia más rica de los Estados Unidos, usted recibe subsidios gubernamentales masivos porque sus trabajadores, a causa de sus bajos salarios, se ven obligados a depender de cupones de alimentos, Medicaid y viviendas públicas para sobrevivir, todo pagado por los contribuyentes.

Si es la familia Trump, usted recibió $885 millones en beneficios fiscales y subsidios para construir un imperio inmobiliario familiar basado en la discriminación racial.

Mientras Trump vocifera contra el socialismo, el pueblo estadounidense se va a dar cuenta de su hipocresía. Los estadounidenses sabrán que está atacando todo lo que damos por sentado: desde la Seguridad Social hasta Medicare, la atención médica de los veteranos, las carreteras, los puentes, las escuelas públicas, los parques nacionales, el agua potable y el aire limpio.

Cuando Trump ataca al socialismo, recuerdo lo que el Dr. Martin Luther King, Jr. dijo: “Este país tiene socialismo para los ricos, pero un duro individualismo para los pobres”.

Y esa es la diferencia entre Donald Trump y yo. Él cree en el socialismo corporativo para los ricos y poderosos. Yo creo en un socialismo democrático para beneficio de las familias trabajadoras de este país.

Creo que el pueblo estadounidense merece la libertad, la verdadera libertad. Libertad es una palabra que se usa con frecuencia, pero es hora de que veamos lo que realmente significa. Pregúntese: ¿qué significa realmente ser libre?

¿Es usted realmente libre si no puede ir a un médico cuando está enfermo, o si se enfrenta a una quiebra financiera al darse de alta del hospital?

¿Es usted verdaderamente libre si no puede pagar los medicamentos recetados que necesita para seguir vivo?

¿Es usted realmente libre cuando gasta la mitad de sus ingresos limitados en vivienda y se ve obligado a pedir dinero prestado a un usurero a una tasa de interés del 200%?

¿Es usted verdaderamente libre si tiene 70 años y está obligado a trabajar porque no tiene pensión o dinero suficiente para jubilarse?

¿Es usted verdaderamente libre si no puede asistir a la universidad o a una escuela vocacional porque su familia carece de ingresos?

¿Es usted verdaderamente libre si está obligado a trabajar 60 u 80 horas a la semana porque no puede encontrar un trabajo que pague un salario digno?

¿Es usted verdaderamente libre si es madre o padre de un bebé recién nacido, y se ve obligada a regresar al trabajo inmediatamente después del parto porque no tiene permiso familiar pagado?

¿Es usted realmente libre si es propietario de un pequeño negocio o granja familiar arruinado por las prácticas monopólicas de las grandes empresas?

¿Es usted verdaderamente libre si es un veterano, que arriesgo su vida para defender este país y ahora duerme en las calles?

Para mí, la respuesta a estas preguntas, en la nación más rica de la tierra, es No. ¡No es usted libre!

Mientras que la Carta de Derechos anexa a la Constitución nos protege de la tiranía de un gobierno opresivo, muchos en el establecimiento político desean que el pueblo estadounidense se someta a la tiranía de los oligarcas, de las corporaciones multinacionales, de los bancos de Wall Street y de los multimillonarios.

Es hora de que el pueblo estadounidense se levante y luche por su derecho a la libertad, la dignidad humana y la seguridad.

Este es el núcleo central de mi política.

En 1944, FDR propuso una carta de derechos económicos, pero murió un año después y nunca pudo cumplir esa visión. Nuestro trabajo, 75 años después, es completar lo que Roosevelt comenzó.

Por eso, hoy, estoy proponiendo una Carta de Derechos Económicos del Siglo XXI.

Una Carta de Derechos que establezca de una vez por todas que todos los estadounidenses, independientemente de sus ingresos, tienen:

* El derecho a un trabajo decente que paga un salario digno.
* El derecho a una atención de salud de calidad.
* El derecho a una educación completa.
* El derecho a la vivienda digna y asequible.
* El derecho a un medio ambiente limpio.
* El derecho a una jubilación segura.

En el transcurso de esta elección, mi campaña ha estado lanzando (y continuará publicando) propuestas detalladas que abordan cada uno de estos derechos económicos aún por realizar.

También responderemos a los ataques que se lanzan cada día contra los derechos civiles y las libertades civiles de nuestro pueblo.

Y para ser absolutamente claro: Para mí, el socialismo democrático requiere alcanzar la libertad política y económica en cada comunidad.

Quiero ser muy claro: La única manera de lograr estos objetivos es a través de una revolución política, donde millones de personas se involucren en el proceso político y reivindiquen nuestra democracia con coraje para enfrentarse a los poderosos intereses corporativos cuya codicia está destruyendo nuestra democracia, el tejido social y la economía de nuestro país.

Al final de cuentas, el 1% puede tener una enorme riqueza y un gigantesco poder, pero son solo el uno por ciento. Cuando el 99% se mantenga unido, podremos transformar la sociedad.

Estos son mis valores, y es por eso que me llamo socialista democrático.

En el centro de esta visión hay una fe profunda y duradera en el pueblo estadounidense para promulgar pacífica y democráticamente un cambio transformador que cree prosperidad compartida, igualdad social y verdadera libertad para todos.

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Julio Huato
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Written by Julio Huato

The views I express here are mine alone, and not necessarily those of the U.S. government, my employers, my students, my friends, my children, or my cat.

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