La estructura reproductiva de una sociedad socialista global

Julio Huato
10 min readMar 7, 2020

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(La versión en inglés de este ensayo fue publicada en el número de abril de 2020 de Science & Society. El ensayo resume ideas que presenté originalmente en el Left Forum 2019 en Long Island University, Brooklyn, el 29 de junio de 2019.)

En el mundo de hoy, y no solo entre los jóvenes, hay una creciente percepción de que el orden social global existente está condenado a desaparecer. Las multifacéticas crisis ambientales y sanitarias, que empeoran a ojos vistas, están propiciando un agudo sentido de urgencia. La reestructuración de las relaciones internacionales — asociada principalmente con el auge económico de China y la decadencia concomitante de la hegemonía estadounidense, y latente bajo un grupo explosivo de conflictos regionales — es igualmente ominosa a la luz de las aterradoras fuerzas militares involucradas.

Esta funesta percepción se refuerza si se toman en consideración las devastadoras secuelas de la debacle económica mundial provocada por el pánico financiero de 2008. Destacados economistas estadounidenses, aquellos cuyo papel ideológico tradicional ha sido proclamar la eficiencia de los mercados capitalistas y la eficacia de los instrumentos de política macroeconómica, han expresado consternación, conjeturando que la inestabilidad económica actual revela un padecimiento estructural más profundo y duradero que atormenta a todas las naciones ricas a la vez — una especie de “desaceleración productiva”, “estancamiento secular” o fenómeno semejante.

El impacto social de las tecnologías nuevas e inmersivas — desde la inteligencia artificial hasta la robótica y la ingeniería genética — es fuente adicional de inquietud global. Esto no solo se debe a la preocupación sobre sus usos y abusos militares, policiales y comerciales ya omnipresentes, ni sobre su aporte a la polarización en la distribución de ingresos y riqueza, sino también a una serie de tendencias deshumanizadoras inmediatas evidentes, con raíz en el marco social en el que hoy día dichas tecnologías se diseñan y ponen en operación.

La reacción espontánea de mucha gente ante esta avalancha envolvente de crisis globales es el fatalismo. La influencia ideológica del orden social es tal que, para un gran número de personas, el colapso de la civilización y la extinción humana son más fáciles de imaginar que la abolición del capital o la eliminación de las fronteras nacionales. Por supuesto, para los marxistas, la respuesta verdaderamente humana a la crisis es la actividad unida masiva de los trabajadores del mundo, actividad orientada conscientemente a construir el socialismo global.

A los pies del orden social existente, los marxistas ubican la división de los trabajadores o, más bien, su unidad a pesar de sí mismos, una unidad conformada por una división social del trabajo que ahora lo abarca todo, mediada por jerarquías de mando y gestión, de mercados y de estados, y estructurada en gran medida para provecho del capital.

Sin embargo, la construcción de un orden socialista global requiere un tipo de unidad radicalmente distinta: una asociación consciente forjada en las luchas por poner las fuerzas productivas bajo control de los trabajadores y a su servicio. Si uno concibe la formación de la unidad de clase, el movimiento socialista, una transformación radical del hábitat social que coincide con la autotransformación de sus habitantes mismos, como un proceso histórico totalizante bajo sus diversas formas y fases — bajo sus victorias, callejones sin salida y reveses temporales — este proceso de unidad aparece entonces como una revolución social epocal y transgeneracional.

A la luz de la historia, ¿qué se puede anticipar de los contornos y la orientación general de este proceso revolucionario? Si las relaciones socialistas embrionarias, ya presentes en los movimientos realmente existentes de los trabajadores por todo el mundo, han de reproducirse a una escala ampliada, ¿cuáles son los rieles a lo largo de los cuales esta reproducción debe correr para minimizar su costo humano? ¿Cómo imaginar el desenvolvimiento de esta revolución en curso si se quiere asegurar, y no sólo desear, una civilización humana superior?

Las siguientes fórmulas buscan ofrecer material para la reflexión. Son de alcance genérico. No son originales ni exhaustivas.

Junto con la reacción posmoderna contra las nociones metafísicas de progreso histórico y cientificismo atribuidas al marxismo del siglo XIX, ha habido un resurgimiento entre los pensadores radicales de lo que — siguiendo a Lenin — podría denominarse “culto a la espontaneidad”. Es la noción catastrófica de que, en lo global, la humanidad no puede o no debe buscar imprimirle una orientación racional al proceso histórico. Por el contrario, la visión de una sociedad socialista sólo puede ser la de un producto humanamente concebido y ejecutado: resultado de una actividad de masas cada vez más consciente.

El concepto clave de entropía en las ciencias físicas se define por contraste con el control humano, precisamente porque cualquier estructura diseñada por humanos (sea técnica o social) implica una negación del carácter dispersivo y arbitrario de las fuerzas de la naturaleza. En su forma más básica, una sociedad capitalista solo requiere control micro-social (por ejemplo, a nivel de una unidad de producción, gestión, cartera financiera, estado, etc.). Una sociedad socialista, por otro lado, no va a resultar de la pura casualidad. Por grandes que sean los residuos de incertidumbre, los trabajadores necesitan valerse cada vez más de la planificación cuidadosa y la acción más consciente posible.

La verdadera fuerza motriz del socialismo es la creciente actividad — masiva, organizada, deliberada, coherente y sostenida — de los trabajadores. Esto implica la conquista, generalización y refinamiento de las prácticas democráticas — la democracia como proceso de reproducción histórica y proceso cognoscitivo de índole colectiva. Este proceso debe ser de, por y para los trabajadores — los trabajadores no como elementos anónimos de una masa indiferenciada, sino como individuos humanos totalmente personalizados. Las estructuras políticas emergentes de este proceso, por duraderas e importantes que demuestren ser como vehículos organizativos de la lucha, son y serán siempre medios auxiliares subordinados a su fin, que es la unidad y desarrollo de los productores directos como seres libres, es decir, la construcción del socialismo.

Nadie va a descubrir nunca una vacuna discursiva, programática o institucional, de carácter universal, que sea infalible contra la corrupción, la traición o el fracaso del movimiento en sus muchas formas concebibles: fracaso por exceso o por defecto. Aunque el discurso sensible, la imaginación política y la arquitectura específica de nuestras organizaciones — sus pesos y contrapesos, sus mecanismos de responsabilidad, etc. — importan, son la iniciativa y el involucramiento sistemático de masas los que, en último término, pueden minimizar estos riesgos a largo plazo.

Aunque subsidiario, el papel de los activistas socialistas (sus organizaciones de cuadros, sus grupos de expertos o de interés particular, etc.) en el proceso es de vital importancia. Este papel debe consistir en ayudar con humildad al sinnúmero de colectivos de trabajadores, en los puntos de producción y en los puntos de reproducción personal directa (los “puntos de vida”, como los llama Vijay Prashad) a priorizar sus necesidades, inventariar sus fuerzas y recursos, elaborar planes de acción para satisfacer dichas necesidades y luego ejecutar esos planes, con fuerzas y recursos propios, los obtenidos en solidaridad de formaciones hermanas o los que puedan arrebatar a los estados y al capital privado.

El papel de los socialistas es apoyar la actividad de estas formaciones: sitios de acción directa, estudio y reflexión. De nuevo, estas formaciones son las bases últimas del socialismo: los verdaderos motores del proceso. El alfa y el omega del socialismo es el desarrollo multifacético, universal de estas bases que comienzan y terminan en el plano del individuo personalizado, capaz de ejercer libertad y arbitrio. Es el desarrollo y la fuerza de estas formaciones (en relación con el status quo), y no el esfuerzo coadyuvante de los socialistas, los que deben dictar el alcance, la ambición y el ritmo de las luchas concretas: espiritual, económica y políticamente; local y globalmente.

La unidad de la clase trabajadora exige dar prioridad a las necesidades y demandas de los sectores más expuestos y vulnerables de la clase. Por consiguiente, la incesante lucha contra el imperialismo, el patriarcado, el sexismo en todas sus variantes, el racismo, la xenofobia, la homofobia, la criminalización abierta o encubierta y la brutalización de los pobres, y cualquier otra forma de opresión que separe a los trabajadores en grupos favorecidos y desfavorecidos sigue siendo absolutamente central a la formación de la unidad de clase y de la construcción de un socialismo viable.

Esto implica un apoyo invariable, solidario, a los sectores desfavorecidos de los trabajadores del mundo. Como corolario a esto: la estructura reproductiva de una futura sociedad socialista global debe inducir, durante el tiempo que sea necesario, una masiva redistribución de fuerzas productivas hacia los menos favorecidos.

Para bien o para mal, habrá sorpresas en la lucha. Como Mike Tyson dijo una vez: “Todos tienen un plan hasta que les dan un puñetazo en la boca”. En parte, la revolución va a improvisar, pero la improvisación funciona mejor cuando sigue de una preparación y capacitación exhaustivas ante contingencias. Dicho esto, las victorias parciales pueden subirse a la cabeza, dando lugar a la complacencia y la arrogancia. Los contratiempos pueden desmoralizar y desorganizar, a veces por períodos largos. Un sentido de proporción y de perspectiva sobre la necesidad humana fundamental del socialismo; la conciencia de que las estructuras sociales que nos dividen, explotan y empobrecen no pueden ser nunca compatibles con la condición humana; todo esto ayuda a sobreponerse a las caídas temporales.

La entropía fluye de la base a la superestructura, mientras que la vida, la actividad laboral y el socialismo operan en la dirección opuesta. En sus fases de ascenso, las luchas van a pasar de lo simple a lo complejo, de acciones esporádicas a actividad sostenida, de iniciativas individuales a actividad de masas, de episodios de corta duración a estructuras a instituciones permanentes y estables, de acciones locales dispersas a un movimiento global cada vez más cohesivo. El socialismo surgirá y resurgirá primero en las áreas más fluidas de la vida social, elevándose a partir de reacciones individuales a los acontecimientos, y de la mera comprensión intelectual de que las estructuras sociales existentes son insuficientes, hacia la indignación moral colectiva y desde ahí a la acción política organizada y sostenida.

Esta última requerirá la creciente coordinación y combinación de los trabajadores. Cuando tenga éxito, la acción política de masas reordenará a nuestro favor el edificio legal local y, paulatinamente, el global. Un sistema legal reestructurado alterará en forma sistemática el comportamiento colectivo y, por ese conducto, desplazará los fundamentos económicos de la vida social: los costos y beneficios estructurales que regulan la asignación y distribución de las fuerzas productivas entre usos y personas. Seguro, habrá tropiezos, pero en el curso más o menos gradual, más o menos accidentado de la lucha, los trabajadores buscarán capturar, reorganizar y reorientar sus fuerzas productivas.

Dado que el motor del proceso es la iniciativa y la actividad de masas, y de que la condición actual de la masa de trabajadores está marcada por la alienación, la dispersión y la ofuscación ideológica, la formación de la unidad de clase no va a seguir una ruta tersa, lineal, ordenada o continua. Por el contrario, cabe esperar saltos, interrupciones y paradas intermedias.

Como se indicó anteriormente, la constancia de la lucha de clases, la permanencia de la revolución (si se quiere usar la famosa alusión de Marx a los esfuerzos de los revolucionarios del Tercer Estado de la Francia de 1789 para sostener su empuje político, eludiendo los intentos de Luis XVI de desorganizarlos mediante la disolución de su Asamblea Nacional) no significa continuidad o estabilidad. Repito: habrá reveses y estancamientos pasajeros. Lo difícil va a ser aprovechar juiciosamente los repuntes para cuajar estructuras políticas, legales y económicas duraderas que, en las peores circunstancias incluso, reduzcan o minimicen las retiradas desordenadas, la desmoralización y la pasividad, es decir, estructuras que fomenten la continuidad, el despliegue cuantitativo y el desarrollo cualitativo de la actividad de masas.

Nuevamente, la revolución es un proceso: su esencia es el movimiento colectivo, la actividad de masas. En este espíritu, una estructura es buena si canaliza y permite una mayor actividad; es mala si desanima y paraliza. Una misma estructura puede habilitar o restringir, dependiendo de la fuerza y la ​​calidad del movimiento en su momento y contexto histórico específico.

Como analogía, considérese lo que se requiere para escalar un pico elevado. Puede haber campamentos base en la ruta, lugares donde los escaladores pueden descansar, aclimatar sus cuerpos a mayores altitudes, restaurar fuerzas, planear las etapas siguientes de su ascenso y acumular la reserva de voluntad requerida para emprenderlo. En este sentido, el énfasis de los socialistas en el cuidado médico e infantil y en la escolaridad universales, financiados con recursos públicos, se pone exactamente en donde se debe. En la infraestructura de transporte, comunicaciones, redes digitales y medios de comunicación reorganizados, en la asignación del espacio y de los recursos ambientales, en los sistemas “verdes”, en las viviendas, los centros culturales y los sitios de recreación colectiva, etc., la preferencia es por configuraciones que promuevan la socialización, el compromiso cívico sostenido, local y global. En la gestión de los recursos públicos, se privilegia a mecanismos democráticos y participativos por sobre los que arraigan burocracias y reducen a las personas a receptores pasivos de ayuda pública.

Es encarando los problemas prácticos que surgen en cada coyuntura de esta revolución que las cuestiones de “reforma” gradual contra “ruptura” repentina, o de persuasión contra coerción, podrán resolverse de manera no dogmática. La multitud de instituciones y mecanismos de la vida pública actual que ha servido al capital con resultados mixtos, exhibirá sus límites últimos en la medida en que la revolución los obligue a dar resultados para los que no fueron diseñados. La medida en que pueden estirar, acomodar o detener el impulso del movimiento; el grado en que pueden doblarse, alterarse o quebrarse del todo, requiriendo reemplazo, dependerá de la relación de fuerzas, las circunstancias concretas, etc.

No se puede anticipar la coyuntura exacta en que una masa de trabajadores en movimiento, dispuesta a lograr objetivos particulares en un conjunto dado de circunstancias históricas, vaya a concluir con Marx que “no puede uno simplemente apoderarse de la maquinaria estatal preexistente [o, la verdad sea dicha, de cualquier estructura social preexistente] y ponerla a funcionar para sus propios fines “, sino que debe más bien “aplastarla”, desmantelarla del todo y reemplazarla con una institución social nueva, esta sí adecuada para su objetivo próximo — ni cómo específicamente deban hacerlo. Esta incertidumbre es inherente a la lucha. La práctica continua del socialismo siempre será más rica que lo que la historia previa y la teoría basada en ella nos permitan anticipar.

Otoño de 2019

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