Las cartas de AMLO y la respuesta de España

Julio Huato
7 min readMar 27, 2019

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En anticipación a las ceremonias oficiales de conmemoración del quinto centenario de la conquista española de México, el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) envió cartas a Felipe VI de España y al papa Francisco pidiéndoles que hicieran públicos reconocimiento y disculpa del legado sangriento que la invasión, conquista y prolongada sujeción colonial dejaron a los pobladores originarios de México así como a los africanos y asiáticos que los europeos llevaron a México en condición de esclavos.

Si duda cabía sobre si ese pasado había sido superado en ambos lados del Atlántico, el rechazo oficial del gobierno español a la solicitud de AMLO la disipa. Que yo sepa, el Vaticano no ha respondido formalmente.

Por supuesto, el presidente de México tiene razón en exigir que la monarquía española y la Iglesia Católica, instituciones herederas de los patrocinadores y beneficiarios directos de la conquista y dominio colonial de México, admitan los hechos históricos y ofrezcan disculpas por ello a los descendientes de las víctimas.

El argumento básico del gobierno español es que no se puede, o debe, juzgar la historia de hace siglos con los criterios del presente. Por supuesto, cuando uno estudia el pasado, debe esforzarse por verlo en su contexto. Pero eso no excluye que, para los fines de decidir quehacer presente y acción venidera, juzgue uno el pasado en términos de las necesidades y posibilidades presentes y de las perspectivas futuras.

De hecho, la indagación histórica no es sólo fruto de una curiosidad ociosa de los humanos por excavar su pasado. Más bien, es una necesidad que brota siempre de necesidades presentes que, a su vez, sólo pueden resultar de una imaginación orientada al futuro — como es, por definición, la imaginación humana. Es pues inevitable que miremos el pasado a través de los lentes del presente y el futuro deseado. Para decirlo con Søren Kierkegaard, a la vida se le vive mirando hacia adelante, pero sólo se le entiende mirando hacia atrás.

Tan es así que el juicio esgrimido por el gobierno español de no juzgar a la historia con los criterios del presente, ¡es un criterio presente sobre la historia! No está aquí Hernán Cortéz compareciendo ante un tribunal. ¿De dónde viene entonces el apuro de la monarquía española por dejar esos cadáveres ocultos en su armario histórico? ¡Viene de su necesidad presente de perpetuarse! La monarquía española no quiere que nadie conjure espectros del pasado que amenacen con deshacer los tenues lazos que la mantienen todavía en el Palacio de la Zarzuela.

¿O necesita uno mencionar aquí las fuerzas centrifugas que amenzan con desbaratarla o socavar las bases sobre las que se erige? ¿La seguridad del agresivo y rapaz capital español en América Latina hoy día? ¿La vergonzosa política migratoria de la Unión Europea a la que España contribuye con saña? ¿O el problema catalán? ¿O el problema vasco? ¿O la gravísima situación social — paro, desahucio y empobrecimiento masivos — empeorada por la salvaje contracción económica que desde 2008 azota a España?

También las acciones del presidente de México responden a necesidades actuales. No creo que sea — en lo esencial — una acción diversionista de AMLO, concebida para distraear a los mexicanos de las acciones y omisiones de su gobierno. Como he dicho aquí antes, el programa de gobierno de AMLO (ignoremos aquí la racionalidad de dicho programa) lo requiere, porque la enorme masa que lo apoya es eminentemente mestiza — mucho más teñida de indígena y africano que de blanco europeo — y esto entraña una carga traumática con raíz histórica. El dominio español dejó una estela de miseria material y moral de la que hasta el día de hoy los descendientes de esos indígenas, africanos y asiáticos no se han liberado.

No hace falta ser un Freud (o un Octavio Paz) para entender que el dominio español, brutal como fue, fracturó la psique social de los mexicanos. La psicología — se sabe — es propiedad emergente de la fisiología y ésta es anatomía en estado fluido. Las estructuras ideológicas resultantes de esa historia trágica de siglos no se desvanecieron; están alojadas en las estructuras sociales que formamos (desde la familia hasta el estado) y hasta en nuestros cuerpos. En otras palabras, las trabas estructurales al desarrollo social de México (y de España) — de índole económica, legal y política — se manifiestan aquí como una lucha por establecer la verdad histórica. Que me perdone Benito Juárez, pero entre las naciones, como entre los individuos, los agravios cometidos y sufridos nos van a estorbar hasta que los encaremos y ajustemos cuentas con ellos.

Pero, ¿con qué autoridad exige AMLO que España y el Vaticano reconozcan y busquen expiar su deuda histórica ante México? Con la que le da ser el presidente de México — elegido por una mayoría sin precedente reciente y atenido a sus altísimos índices de popularidad. Su récord — como persona, político o cabeza del ejecutivo — no tiene que ser inmaculado, su programa de gobierno no tiene que ser un dechado de racionalidad para que AMLO use la autoridad que el voto le dio y el apoyo popular le refrenda.

Pero, la España y el México de hoy tienen poco que ver con la España y el México de los siglos XVI-XIX, si se puede hablar de un México en esos tiempos en que no existía como estado-nación. Obviamente mucho ha cambiado en el entretanto. Pero ese argumento sólo indica la inmensa complejidad del legado histórico, sin que necesariamente refute la necesidad de afrontarlo, examinarlo y sacar saldo.

Pero, ¿de qué le serviría a los mexicanos de hoy una disculpa oficial del estado español? En particular, ¿para qué sirve un gesto meramente verbal si no va acompañado de reparaciones materiales, contantes y sonantes incluso — como, digamos, las que el estado alemán le tuvo que pagar al estado francés a raíz del acuerdo de Versalles? ¿No se trata entonces de un gesto moralista, frívolo, vacío de todo contenido real? Si así fuera, ¿entonces por qué le cuesta tanto trabajo a la monarquía española hacerlo?

Desde (por lo menos) Aristóteles, sabemos que los seres humanos somos lo que somos en virtud de nuestra asociación. Como muchos de nuestros primos en el reino animal, los humanos vibramos en simpatía con nuestros semejantes. Tenemos una sensibilidad muy fina ante lo que otros humanos hacen, dicen, piensan y sienten. Sí, también nos importa mucho lo que en su fuero interno otros piensan y sienten sobre los agravios que nos causaron en el pasado—algo que no dejamos de intuir o leer en caras, miradas, silencios, gestos y palabras.

Toda comunidad humana — civilizada o no — tiene preceptos morales que le ayudan a mantener su cohesión, en parte porque codifican intención, culpabilidad, perdón, penitencia, agradecimiento e intangibles parecidos. ¿No habrá nada positivo en ese bagaje moral de la humanidad — bagage que las grandes religiones y culturas recogen en formas diversas pero también comunes— que nos ayude a superar las miserias del presente?

Pero, ¿no es una disculpa una forma barata de permitirle a España que salde una deuda enorme, difícil de cuantificar en lo material y humano? ¿Cómo puede una disculpa formal del estado español resarcir lo perdido?

¡Es que nadie dice que ahí acaba todo! Más allá del resultado de las gestiones de AMLO ante España y el Vaticano, la esclavitud y el despojo colonial fueron parte de un parto civilizatorio global sucio y sangriento. Esos son procesos inscritos en la génesis misma del capital, esa virulentísima estructura social que hoy día avasalla al globo y lo amenaza de muerte. El “pecado original” del orden social moderno — como Carlos Marx llamó al conjunto de estos y otros procesos de acumulación primitiva de capital — sólo se puede superar en forma definitiva mediante el desmantelamiento de este orden social y su reemplazo por uno nuevo y superior.

Como escribió Federico Engels, las grandes revoluciones sociales comienzan siempre como un fermento espiritual y moral. Así comienzan. No tienen que acabar ahí.

3/28/2019, 3:08pm.

Llaman mi atención sobre el “tratado definitivo de paz y amistad” que firmaron en 1836 los gobiernos de España y México. Se arguye que este documento constitutuye el ajuste de cuentas que AMLO reclama. No es así. Eso es lo que un México, desgarrado todavía por la prolongada guerra de independencia y los conflictos civiles subsiguientes, gobernado por un presidente conservador (José Justo Corro), tuvo a bien firmar con la reina Isabel II.

Pero no hay, en cosas humanas, tratados “definitivos”. Lo que se pone en ellos no queda congelado de una vez y para siempre, aunque pretendan fijarlos en esos términos. Los acuerdos internacionales se revisan y revocan cuando las condiciones cambian lo suficiente. (Por ejemplo: hace poco EE.UU. abandonó unilateralmente un tratado sobre armas nucleares que Reagan y Gorbachov firmaron en los 1980.) AMLO es el presidente de México y, por lo tanto, tiene facultades para revisar ese tratado, si así lo considera conveniente. Pero no es eso lo que busca, como lo ha dejado claro.

Tengo la impresión, además, de que AMLO no provocó esta disputa con España, como algunos creen. Las cartas, que envió por vía confidencial a sus destinatarios, fijaron la postura de México ante la posible participación del gobierno español y el Vaticano en los actos conmemorativos de los 500 años de la fundación de la Villa Rica de la Vera Cruz, hoy Veracruz. Al parecer, España preferiría “celebrar” (y no sólo “conmemorar”) porque — según ellos — el contenido esencial del “descubrimiento”, la conquista y el coloniaje fue su obra pía y civilizatoria.

Lo que creo que AMLO hizo fue plantear en esas cartas que, como representante oficial de una población mexicana que — por lo bajito — tiene un 20 por ciento indígena, un 1.5 por ciento negro africano y un 30 por ciento mestizo, no estaba dispuesto a participar en ese festival celebratorio si antes España y la Iglesia no hacían lo que la decencia dicta.

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