Sobre la centralidad de la lucha anti-imperialista

Julio Huato
10 min readAug 9, 2021

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El acontecimiento más importante de la historia humana en este último siglo, el que involucra progreso concreto y palpable para la masa humana más grande, es prueba del éxito rotundo de la lucha anti-colonial y anti-imperialista. Me refiero, por supuesto, a la rápida industrialización de China, virtual erradicación de la pobreza extrema preexistente y la consecuente transformación de las condiciones de vida y trabajo de decenas de millones de personas, en cuarenta y pico años, hechas posibles por la revolución de 1949.

No puedo argumentar mejor la centralidad del anti-imperialismo en la lucha por el socialismo hoy día que resumiendo y parafraseando las tesis que Rudolf Bahro, un ingeniero industrial, filósofo marxista, ecologista y disidente político de la desparecida República Democrática Alemana, planteó en su libro Die Alternative (1978, traducido al español como Contribución a la Crítica del Socialismo Realmente Existente).

Aquí va:

Aunque Marx, en su correspondencia con Zasulich (1881), ya se había distanciado de dicha concepción, no fue sino hacia el fin de la segunda guerra mundial que quedó claro lo que Lenin había vislumbrado en 1905 (y quizá Kautsky antes que él); que la historia humana no iba a tener en su centro primero a una revolución proletaria en Europa y América del Norte.

A principios del siglo 20, los pueblos “asiáticos” (y aquí hay que incluir a los de América Latina, Africa, etc.), que la brutalidad colonial redujo aparentemente a la periferia de la historia mundial, se comenzaron a alzar. Las luchas anticoloniales en Persia, Turquía, China e India, que estallaron casi al mismo tiempo que la revolución rusa de 1905, hicieron evidente que el “Oriente” (una área del mundo habitada por más de la mitad de la población mundial) era el ojo real de la tormenta revolucionaria mundial.

Estos hechos de importancia histórica universal no fueron anticipados por ningún marxismo; ni el europeo ni el ruso. Por eso, el esfuerzo de Lenin, hacia el final de su vida, por generalizar teórica y estratégicamente esta nueva situación tiene mérito.

En cierto modo, la revolución rusa de octubre de 1917 fue la primera revolución anti-imperialista. Ocurrió en un país predominantemente precapitalista en la periferia del mundo capitalista occidental. Aunque los marxistas (Lenin en particular) alcanzaron su mayoría de edad teórica y política rechazando las ideas de populistas y liberales, exagerando en sus alegatos el nivel de desarrollo capitalista en el campo ruso a principios de siglo (para atribuir a la incipiente clase trabajadora industrial el papel de vanguardia en la lucha contra la autocracia), ya en 1921 — con la NEP — tuvieron que pedalear pa’trás y reconocer que el problema enfrente era precisamente el de la falta de desarrollo de las fuerzas productivas. Los bolcheviques se pusieron a la cabeza de un país enorme y enormemente atrasado, con una estructura socioeconómica feudal o semifeudal y “asiática”.

La tarea enfrente del poder soviético era una industrialización rápida de Rusia. Como se miraban las cosas hacia el final de la vida de Lenin, la lucha por el socialismo sólo iba a ser posible hasta después de alcanzada dicha industrialización (a un nivel de paridad con el desarrollo industrial de Alemania, Estados Unidos o Inglaterra).

Cuando, a principios del siglo 20, los gigantes dormidos de Asia comenzaron a despertar, la perspectiva de la lucha por el socialismo tuvo que replantearse. Por lo que sabemos, Lenin fue de los más lúcidos e insistentes en sacar conclusiones de la nueva situación. Aun si la revolución alemana hubiera triunfado, en el conflicto entre “la aldea mundial y la urbe mundial”, la humanidad iba a necesitar del protagonismo de las masas asiáticas contra la mierda colonial de siglos.

Por algo Gramsci escribió que la revolución rusa había sido, en esencia, una revolución contra El Capital (la obra de Marx). La estrategia de la III Internacional en su primera etapa, a instancia de Lenin, fue una ruptura drástica con la tradición marxista clásica.

Los marxistas habían concebido a la historia universal como la historia que dio lugar a la modernidad europea. Ahora había que abrir el compás y asimilar una dinámica social mucho más diversa en vastas áreas del mundo en que las instituciones del capitalismo “clásico” europeo nunca habían cuajado (excepto en forma “distorsionada”, en los enclaves del saqueo colonial).

A propósito de la India, Marx escribió que “cuando una gran revolución social asimile los resultados de la época burguesa, el mercado mundial y los poderes de la producción moderna, y los haya sujetado al control común de los pueblos más avanzados, sólo entonces el progreso humano dejará de parecerse a ese horrendo ídolo pagano que bebe néctar de los cráneos de sus víctimas”. Según Marx, la revolución en el occidente avanzado, era lo que le podía dar a una Rusia predominante rural oportunidad para una vasta reorganización social a la manera de las “comunas chinas de hoy día”.

Según Marx, con el apoyo de los países socialistas industrializados de Occidente, las comunidades rurales tradicionales de Rusia iban a poder participar del progreso social en Rusia. Posteriormente, Engels básicamente confirmó este planteamiento de Marx, aunque dando testimonio de una degradación casi irreversible de las estructuras tradicionales rusas. De cualquier modo, la emancipación rusa iba a requerir que la población nativa “asimilara los frutos intelectuales y materiales del desarrollo capitalista”.

Pero con la revolución rusa y, más todavía con la revolución china, una gran parte de la población mundial se encaminó hacia otras vías de progreso histórico (contradictorio, como todo progreso histórico ha sido hasta hoy), vías no asimilables al esquema marxista clásico. La revolución proletaria no triunfó en Occidente. Hoy día, las modalidades en que los marxistas clásicos anticiparon en dicha revolución no pueden ser más improbables. Y es que el carácter de una revolución, su base social y sus perspectivas, no dependen tanto de lo que tengan en mente sus líderes. Los problemas que se abordan (y lo mucho o poco que se les puede resolver) son los que las condiciones específicas en cada contexto plantean.

Es posible que las revoluciones en Rusia, China, la vieja Indochina, los Balcanes, Cuba, etc., a pesar de su deterioro (si no agotamiento) e incluso caída, hayan conseguido más por el progreso general de la humanidad que cualesquier revoluciones proletarias clásicas en el Occidente “avanzado” pudieron haber logrado nunca.

El marxismo tomó otra ruta, saliéndose del marco europeo. Hoy, en su aparente pobreza y mermada influencia, el marxismo es mucho más diverso y fecundo que lo que nunca antes fue. Porque nunca se ha tratado de preservar la “pureza” de ningún dogma, de mantener ningún monopolio intelectual al servicio de ningún poder fáctico. Sólo mediante su diversificación y adaptación a las condiciones de cada lucha concreta, el marxismo podía persistir en un mundo que se volvió más complejo en parte como resultado de la influencia práctica del propio marxismo. Lo realmente importante no es el código, sino el proceso histórico concreto. Gramsci tenía razón en celebrar el revisionismo de Lenin.

De nuevo, entre los líderes marxistas de la época, Lenin fue el que entendió mejor las perspectivas revolucionarias de los pueblos asiáticos y, en general, del mundo no europeo, un mundo en que — de nuevo — el desarrollo capitalista de estilo europeo era excepción. En 1908, Lenin notó que las políticas europeas de abuso y saqueo iban a acabar endureciendo a los pueblos de Asia, a prepararlos para su futura victoria. Los aliados de la revolución rusa no eran sólo los proletarios de Europa occidental, sino también los pueblos rebeldes de Asia. En 1913, Lenin habló (“Europa atrasada y Asia avanzada”) del “despertar de Asia” como un proceso que abría una nueva era en la historia humana, un proceso de importancia paralela a la lucha del proletariado “avanzado” por el poder en Europa. Todavía Lenin iba esperar el triunfo del proletariado en Europa occidental, pero los pueblos de Asia iban a ir cobrando una importancia estratégica cada vez mayor en su concepción.

Con el triunfo de la revolución rusa y el fracaso de las revoluciones al oeste de Rusia, “el despertar de Asia” ocupó más espacio en el campo político visual de Lenin. A fines de 1919, Lenin se reunió con representantes de organizaciones comunistas de los países de “Oriente”. Ahí dijo que la lucha por el socialismo no iba a ser “ni única ni principalmente la lucha del proletariado revolucionario de cada país contra su burguesía” sino sobre todo “la lucha de todas las colonias y países dependientes y oprimidos por el imperialismo contra el imperialismo internacional”. El programa del comunismo ruso era ahora la fusión de la guerra civil en los países avanzados con las guerras de liberación nacional.

En marzo de 1923, a unos meses de su muerte, Lenin escribió (“Mejor poco pero bueno”): “el resultado de nuestra lucha será determinado por el hecho de que Rusia, India, China, etc. representan a la mayoría abrumadora de la población del globo”. La contradicción básica y central de la era inaugurada por la revolución de Octubre era: “Asegurar nuestra existencia hasta que el conflicto militar venidero entre el occidente imperialista contrarrevolucionario y el Oriente revolucionario y nacionalista, entre los países más civilizados del mundo y los países orientalmente atrasados que, sin embargo, incluyen a la mayoría, mayoría que necesita civilización”. ¿Cómo iban a conseguir civilizarse, si no por rutas que tendrían que descubrir por sí mismos?

“Nosotros también carecemos de civilización para poder ir directamente al socialismo, aunque tengamos los requisitos políticos para ello”. “Si se requiere un nivel dado de cultura para construir el socialismo … ¿por qué no comenzar a alcanzar este prerrequisito en una forma revolucionaria y, entonces, con la ayuda del gobierno de los trabajadores y campesinos y el sistema soviético, proceder a superar a las otras naciones?

Desde la retrospectiva del presente, las revoluciones que tuvieron lugar en otros países de “Oriente” (China y Vietnam, principalmente), países con poblaciones grandes y una diversidad de condiciones sociales, dieron lugar a una mayor diversificación histórica que la que se alcanzó en la Unión Soviética, incluyendo a los países de Europa Oriental. En 1949, la revolución china fue la revolución de casi una cuarta parte del género humano vivo.

Marx nunca abordó de lleno el problema de la forma en que los pueblos no europeos iban a apropiarse de las conquistas de la civilización y la cultura modernas. Parece que Marx no tenía una idea clara de la brecha material que iba a abrirse hacia mediados del siglo 20 o incluso hoy en el primer cuarto del siglo 21. (Marx había dicho que los países industrialmente avanzados proyectaban el futuro de los más atrasados.) Así como la base del capitalismo, además de una producción mercantil generalizada, es una distribución polarizada de la riqueza productiva, la base última del imperialismo no es la cultura espiritual sino la desigualdad material, las disparidades internacionales en cuanto a desarrollo de las fuerzas productivas.

Para la mayor parte del mundo, el horizonte político relevante no es ni ha sido hasta ahora el de la construcción del socialismo, sino el de la lucha contra el hambre, por el “desarrollo” y la “modernización” en las formas que las revoluciones pudieron forjarse para ello. La revolución china triunfó en parte gracias al marxismo revisionista de Lenin, el marxismo anti-imperialista de la III Internacional, adaptado a las condiciones locales de China por Mao y sus camaradas. Sin la revolución china dirigida por los comunistas, la unidad cultural y política de China, y el éxito de las reformas de Deng (una NEP en esteroides, mucho más vasta y profunda que la rusa) serían inconcebibles. La epopeya real de la historia universal de fines del siglo 20 y principios del 21 comenzó con esta revolución y desembocó, no sin accidentes o virajes violentos, en la China de hoy.

En la Ideología Alemana, Marx y Engels hablaron del poder transformador, catártico de las revoluciones. El derrocamiento de las clases dominantes le permitía a las clases antes oprimidas despojarse de “la mierda de siglos”: transformarse en fuerzas sociales aptas para refundar la sociedad. Si esto es así a nivel de la Francia o la Alemania de los siglos 18 y 19, con mayor razón lo es al nivel de la Africa, Asia, América Latina, etc. de hoy.

¿Cómo pueden estos pueblos sufrientes apropiarse de las conquistas de la civilización y la industria modernas? No lo sabemos todavía. Va a haber todavía mucho ensayo y error, épica y tragedia. Es claro que formas de democracia participativa van a volverse cada vez más necesarias, si los procesos revolucionarios han de mantener legitimidad y viabilidad. Pero, seguramente, va a ser a través de una lucha compleja, marcando una distancia política y cultural respecto de los tutelajes imperialistas.

La liberación de estas masas sufrientes, la superación de sus traumas históricos, de sus complejos de inferioridad, no va a resultar de la caridad “desarrollista” del mundo capitalista rico (ni de China). Por el contrario, por mucho que nos repugnen los conflictos, por mucho que el planeta parezca hoy más frágil que nunca antes, es probable que tome la forma de conflictos agudos y peligrosos, de rebeldías quijotescas contra el mundo rico, rebeldía de masas en una escala histórica sin ningún precedente.

Hasta aquí mi resumen (revisado) de las tesis de Bahro. En justicia, la lógica que Lenin aplicó en 1905 y posteriormente, que lo llevó a reconocer la centralidad del conflicto entre los pueblos pobres del mundo y sus amos coloniales e imperialistas fue una lógica que Marx y Engels habían sugerido ya en el tratamiento de la cuestión irlandesa. El proletariado inglés no podía liberarse mientras se beneficiara de la sujeción británica de Irlanda (y, por extensión) de las demás colonias ultramarinas inglesas. Por el bien último de los trabajadores ingleses mismos, había que supeditar sus intereses inmediatos y poner en primer término la independencia de Irlanda (que no necesariamente por el socialismo en Irlanda).

Si la vía general para la construcción de una sociedad comunista es la unidad internacional de los trabajadores, ¿Cómo forjar tal unidad sin priorizar el interés, las necesidades de los sectores más desvalidos de la clase trabajadora mundial? La moral de un grupo cohesivo lo requiere. Un grupo (una clase, en este caso) que antepone el interés de sus miembros privilegiados a la solidaridad con los rezagados es un grupo (una clase) que se desintegra. En una frase: la lucha contra el imperialismo es la forma que la lucha por el socialismo ha de tomar necesariamente en un mundo con desigualdades internacionales abismales.

Si el horizonte socialista ha de seguir inspirando a alguien, ¿qué otra ruta puede haber? ¿Cómo puede haber una ruta más corta que la lucha anti-imperialista a esa sociedad democrática radical — de, por y para los productores directos en asociación libre — que los socialistas han soñado?

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